viernes, 9 de septiembre de 2011

De libretas viajeras y otros enigmas

"(...) con sus tapas duras, sus líneas cuadriculadas y sus pliegos de resistente papel cosido a mano donde no se corría la tinta (...) sobrio, sin pretensiones, funcional (...) me gustaba el detalle de que estuviera encuadernado en tela y también me complacía el formato: veintitrés centímetros y medio por dieciocho y medio (...) Al tener aquel cuaderno en las manos por primera vez, sentí algo parecido a un placer físico, una súbita, incomprensible sensación de bienestar." Paul Auster, La Noche del Oráculo

Magia es la única palabra que se me ocurre para definir la historia que os voy a contar. Hace dos días recibí en casa un paquete envuelto con mucho mimo, acompañado de una tarjetita a nombre de Madame Blanche que decía: "Gostariamos de lhe oferecer um livro azul. Muito obrigado pela sua atenção e amabilidade", firmado "Palácio de Papel". Al abrir el precioso regalo, descubrí que no eran sino dos cuadernos azules portugueses. Uno tamaño A5 y otro pequeño, para el bolso. Presa del asombro y la emoción, los toqué con delicadeza, los abrí, comprobé el diferente tacto del papel y observé las pequeñas imperfecciones propias de una obra artesanal- como las manchas de tinta azul en los lomos o el cosido irregular de las páginas- y metí la nariz para aspirar un olor totalmente desconocido para mí, que no se parecía al olor de ningún otro cuaderno. Efectivamente, eran cuadernos azules y venían de la papelería de Luis Bordalo en Lisboa.
La explicación a este misterio me vino en forma de carta de una lectora de este blog. Era ella quien se había puesto en contacto con la tienda que vende los cuadernos en la capital portuguesa y me los había hecho llegar mediante un rocambolesco periplo de la mensajería hispano-lusa. Sin embargo, el cuaderno pequeño era un regalo personal del señor Bordalo, que me gustaría agradecer desde estas líneas. Pocas veces algo tan banal como una libreta me ha conmovido tanto. La magia de Internet y de este mundo interconectado nunca dejarán de sorprenderme.
Ahora sólo me queda comprobar si, como dice Auster en La Noche del Oráculo, no se corre la tinta en su papel.

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