sábado, 10 de diciembre de 2011

Realidades en retroflexión se jubila

Literal y figuradamente. Realidades en retroflexión se jubila. Hace un año y medio que comenzó esta aventura en la que traté de describir todo aquello que me llamaba la atención en la banalidad del día a día. Pequeñas historias que al escribirlas se vuelven inmortales, se transmiten de boca en boca y no se pierden. Fue un experimento del que me llevo esos inolvidables momentos que sólo puede proporcionar el maravilloso contacto vía Internet con personas desconocidas dispuestas a compartir experiencias, opiniones y vivencias. Mi andadura en este blog ha llegado a su destino, que no era otro que encontrar mi sitio en el vasto mundo de las bitácoras. Tras este tiempo, ya sé sobre lo que quiero escribir, y es un tema que ha ido poco a poco asomándose a mis posts hasta convertirse en una obsesión: los abuelos. Os invito a visitar el apacible retiro de Realidades, un espacio dedicado a contar historias de abuelos, los grandes olvidados de la sociedad occidental. Abuelos normales, de la calle, que encierran tras su mirada vidriosa una sabiduría inabarcable. Porque cuando tomo el autobús, espero a que me atienda el médico o salgo a tirar la basura, siempre me encuentro con abuelos fascinantes y eso es lo que quiero contar. Bienvenidos a El abuelo de Miguelito.

lunes, 31 de octubre de 2011

Novios plantados por el destino



En el mundo del cine norteamericano existe una raza especial de personajes que no puede faltar en toda comedia romántica que se precie. Son los novios abandonados en el altar, sacrificados en beneficio de la historia de amor con mayúsculas. Hombres y mujeres que aman al o a la protagonista, pero ven truncado su idilio porque el o la protagonista tienen a alguien a quien querer más y mejor. Son el eterno segundo plato de quienes nadie se acuerda cuando acaba la película. Desgraciadamente, hace unos días vi The Adjustment Bureau (en España: Destino Oculto), de un tal George Nolfi que se quedó a gusto pero de verdad. Si a alguien le va el sado-maso y la quiere ver, que deje de leer porque la voy a destripar: resulta que Matt Damon es un político de éxito a punto de ganar las elecciones para ser senador de no sé dónde (de esos que luego acaban de presidentes), y conoce a una misteriosa chica en un inverosímil encuentro fortuito en el lavabo de caballeros. Tras otro encuentro casual, el tío decide que es la mujer de su vida, peeeeero... hay unos tipos que vienen a ser los ángeles que rigen nuestros destinos a las órdenes de un tal Chairman, o sea Dios, para entendernos, y que no pueden dejar que Matt Damon acabe con la chica porque sería el fin de las carreras profesionales de ambos (¿¿¿???) En definitiva: un truño como una catedral, con un asqueroso tufillo a moral judeocristiana, aderezado con esa competitividad y ansia de triunfo que tanto caracteriza a la sociedad estadounidense. Un film simplón cuyo guión podría haberlo escrito un chaval de 14 años. ¿Y por qué cuento todo esto? pues porque al final, la chica, que está a punto de casarse con un muchacho estupendo, le deja plantado en el altar, con cara de bobo, por Matt Damon.

Y esto no es todo. Ayer vi The Hangover II (Resacón en Las Vegas II), secuela de una película de la que me declaro fan absoluta y cuya segunda parte no me decepcionó; sin embargo, hacia el minuto 90... el imprescindible discursito del prota al papá de la chica que va a ser su suegro, los amigos mirándole embelesados... momento tierno donde los haya, el suegro que acepta al yerno y todos felices. ¿Por qué? ¿Por qué aunque la película sea un desfase absoluto, llena de las barbaridades más variopintas, al final tienen que joderlo todo con una escena pastelera? Hollywood... esa fábrica de sueños... esa factoría de clichés... y para cliché cinematográfico, uno en el que quizás nunca hayáis reparado: los tíos duros que se alejan de una explosión sin mirar atrás, que retrata a la perfección The Lonely Island, de Andy Samberg, en este vídeo. no tiene desperdicio.

viernes, 30 de septiembre de 2011

Compañeros de viaje

Hace semanas que tomo el metro a la misma hora, en la misma estación, cada día. Cada día coincido con las mismas personas y el tedio del trayecto, unido al cansancio que se apodera de mí en ese momento en que sólo quiero llegar a casa y tirarme en el sofá después de un largo día, me impiden hacer algo productivo que no sea observar pasivamente a los viajeros. Me he dado cuenta de que hay una mujer que me acompaña todo el trayecto, incluído el transbordo, y hasta se baja en mi parada. Me llama la atención porque tiene el pelo de color naranja y, ni su pelo, ni su ropa, concuerdan demasiado con las arrugas de su rostro. Diríase que tiene casi 60 años, aunque puede ser una mujer de 50 con la piel trabajada. Sin embargo, viste muy juvenil, con faldas hippies y chanclas de colores. Siempre me pregunto dónde trabajará para volver a esas horas y tener ese aspecto informal de edad indefinida.
Desde mi posición de voayer, un día observé que una señora mayor, de unos setenta y pico años, se sentaba junto a la mujer del pelo naranja y le decía, con un fuerte acento ruso, que le recordaba a su hermana, precisamente por el color del cabello. Entablaron conversación y desde entonces, la señora rusa se sienta siempre a su lado y charla con ella, medio en español, medio en ruso, medio en lenguaje de signos. Sonríe todo el tiempo, la señora rusa, e incluso a veces, le toma la mano cariñosamente como si la conociera de toda la vida. La mujer del pelo naranja se deja hacer. Es enfermera de un hospital público -de esto me he enterado escuchándolas hace poco- y gracias a la magia del metro, se ha convertido en su hermana adoptada durante unos minutos al día. Esta semana tenía turno de noche -le dijo a la mujer mayor- así que no la vería hasta la próxima. No tengo muy claro si la rusa entendió lo que le decía, pero esta semana viajaba sola, en silencio, esperando que volviese esa chica que le recuerda a su hermana, que estará tan lejos, por el color del cabello.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Abuelas que reciclan

Mi infinito amor por los abuelos se refuerza día a día. Ayer conocí a una abuela recicladora junto al contenedor del vidrio. Rondaba los 80 años, toda arrugadita ella y encogida, flaquita como una niña de postguerra, portaba una bolsa de plástico que contenía, mezclados, todos los desechos que se disponía a reciclar. Meticulosamente, uno a uno, iba sacando de la bolsa objetos que depositaba en el contendor correspondiente. Yo, mucho más práctica, traía mi basura separada en bolsas, que rápidamente tiré cada una donde tocaba, no sin entretenerme un poco en el vidrio. Y fue en ese momento cuando la vi tirar al contenedor del papel una bandeja de plástico de esas de la carne y, mientras me decidía a decirle que se estaba equivocando de contenedor, ella me miró y metió la mano para sacar la bandeja equivocada. Entonces le dije: "ese va al amarillo" y me contestó "sí, sí, ya me he dado cuenta yo sola, fíjate que lo estaba tirando y he escuchado el ruido del vidrio caer en el contenedor y entonces ve ha venido el flash y me he dicho, esto no va aquí". Entablamos una agradable conversación en la que la abuelita recicladora me contó que le reciclaba la basura a su hija cuando venía a visitarla. Que a ella le parecía muy bien y que, "fíjate que vergüenza", tenía 6 hijos y ninguno reciclaba. Añadiendo que los españoles somos unos guarros y que debería cundir el ejemplo. Maravillada, me quedé. Y es que es de admirar que una persona que en su juventud habrá vivido en una sociedad tan diferente a la nuestra, se haya adaptado a los tiempos de forma tan voluntariosa. Debería cundir el ejemplo, sí señor, sobre todo después de conocer el estudio de la OCU que demuestra que los electrodomésticos que llevamos a puntos limpios no siempre se gestionan como debería ser. En mi opinión, una vergüenza. Y, a partir de ahora, también una falta de respeto a las abuelas recicladoras.

viernes, 9 de septiembre de 2011

De libretas viajeras y otros enigmas

"(...) con sus tapas duras, sus líneas cuadriculadas y sus pliegos de resistente papel cosido a mano donde no se corría la tinta (...) sobrio, sin pretensiones, funcional (...) me gustaba el detalle de que estuviera encuadernado en tela y también me complacía el formato: veintitrés centímetros y medio por dieciocho y medio (...) Al tener aquel cuaderno en las manos por primera vez, sentí algo parecido a un placer físico, una súbita, incomprensible sensación de bienestar." Paul Auster, La Noche del Oráculo

Magia es la única palabra que se me ocurre para definir la historia que os voy a contar. Hace dos días recibí en casa un paquete envuelto con mucho mimo, acompañado de una tarjetita a nombre de Madame Blanche que decía: "Gostariamos de lhe oferecer um livro azul. Muito obrigado pela sua atenção e amabilidade", firmado "Palácio de Papel". Al abrir el precioso regalo, descubrí que no eran sino dos cuadernos azules portugueses. Uno tamaño A5 y otro pequeño, para el bolso. Presa del asombro y la emoción, los toqué con delicadeza, los abrí, comprobé el diferente tacto del papel y observé las pequeñas imperfecciones propias de una obra artesanal- como las manchas de tinta azul en los lomos o el cosido irregular de las páginas- y metí la nariz para aspirar un olor totalmente desconocido para mí, que no se parecía al olor de ningún otro cuaderno. Efectivamente, eran cuadernos azules y venían de la papelería de Luis Bordalo en Lisboa.
La explicación a este misterio me vino en forma de carta de una lectora de este blog. Era ella quien se había puesto en contacto con la tienda que vende los cuadernos en la capital portuguesa y me los había hecho llegar mediante un rocambolesco periplo de la mensajería hispano-lusa. Sin embargo, el cuaderno pequeño era un regalo personal del señor Bordalo, que me gustaría agradecer desde estas líneas. Pocas veces algo tan banal como una libreta me ha conmovido tanto. La magia de Internet y de este mundo interconectado nunca dejarán de sorprenderme.
Ahora sólo me queda comprobar si, como dice Auster en La Noche del Oráculo, no se corre la tinta en su papel.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Las mieles de la clandestinidad

Dolores Ibárruri (Pasionaria)


Guerrilleros de la UNE en Bosost (1944)

A veces me pregunto en qué época de la Historia me hubiera gustado vivir. Una respuesta fácil sería el Nueva York de los años 50, a ser posible embutida en un vestido rojo estrechísimo por debajo de la rodilla, en una oficina de Madison Avenue y con Don Draper de jefe. Sin embargo, si rasco un poco, descubriré que debajo de la frivolidad de mi pasión por la moda de los 50, lo que en realidad me hubiese gustado ser es una comunista clandestina en los años cuarenta. O mejor aún: la amante comunista de un comunista clandestino de los años cuarenta.

La culpa la tiene Almudena Grandes, la única escritora capaz de fusionar en una novela cuatro de mis obsesiones: la guerra civil, los maquis,el amor y el sexo. Si alguien me dice que voy a leer un libro escrito tan a mi medida, no me lo creo. Porque Inés y la Alegría, la primera entrega de esa saga faraónica que su autora se ha empeñado en llamar "Episodios de una guerra interminable" por su inspiración en los Episodios Nacionales de Galdós, cuenta una historia de amor y revolución de las que atrapan y estremecen como sólo la Grandes las sabe contar. Y es que, como repite su protagonista a lo largo de toda la novela: "no hay vida como la clandestinidad, ni tan mala, ni sobre todo, tan buena". Con esta frase resume todo lo que su historia alcanza a transmitir en el lector. El romanticismo de la lucha antifranquista, la militancia en el PC en el exilio, la vida de unos personajes que son de ficción, pero podrían ser reales y que, más allá de ser comunistas, son personas normales con sus mujeres, sus maridos, sus trabajos, sus hijos y una única idea: derrocar a Franco y volver a España. No lo consiguieron, no, y mientras lo intentaban, muchos se jugaron la vida y la libertad y las perdieron. A veces una, a veces la otra, o las dos a la vez.

Almudena vuelve con acierto sobre un episodio que hasta hoy era desconocido para mí y mucha otra gente, la invasión del Valle de Arán en 1944 por parte del ejército de la Unión Nacional Española, formado por comunistas españoles exiliados en Francia. 4.000 entraron por los Pirineos y fueron tomando diversos pueblos de este valle inaccesible y duro, pillando por sorpresa al régimen que, al tardar en reaccionar, les permitió vivir durante apenas una semana la ilusión de que podían llegar a Madrid. Lo que ocurrió en realidad es que el pueblo les recibió con hostilidad y miedo, por no decir terror; la cúpula del PC dirigido por Dolores Ibárruri no les apoyó y mucho menos los aliados, que bastante tenían con la recta final de la II Guerra Mundial. Solos, desamparados y en una ratonera, los que quedaban de aquellos 4.000 que entraron, emprendieron el viaje de vuelta a Francia para nunca más intentar nada parecido.

Inés y la Alegría puede tener varias cosas reprochables, como cualquier libro, pero las suple con unos personajes muy bien construidos, entrañables, de esos que da pena abandonar cuando se pasa la última página. Además, cuenta con un interesante epílogo en el que la autora explica de forma pormenorizada todos los porqués, aportando la bibliografía utilizada para documentarse- libros como Hasta su total aniquilación, de Fernando Martínez de Baños, o la autobiografía de la hermana del dictador, Pilar Franco- y abriendo la puerta a que el lector continúe la investigación por su cuenta. Se le va la mano con el romanticismo revolucionario, es cierto, y también con las opiniones gratuitas (o no tan gratuitas, que para eso es su novela); pero a cambio ofrece un fresco de lo que fue el Partido Comunista desde los años 40 hasta los 70, con nombres, cargos, fechas... Todo un tratado sobre la historia del PC que, al menos a mí, no me ha dejado indiferente. Y volviendo a la trama de ficción, a lo intrascendente que trasciende la Historia con mayúsculas, os dejo con esta descripción:

"(...) el capitán olía a madera y a tabaco, a clavo y a jabón, por debajo, algo dulce y ácido, como la ralladura de un limón no demasiado maduro, por encima, algo que picaba en la nariz como una nube de pimienta recién molida." ¿Es o no es para derretirse?




domingo, 28 de agosto de 2011

El exquisito encanto portugués



Existe una papelería en Lisboa a la que todos los mitómanos de la literatura, escritores en ciernes e intelectuales de distinta índole acuden cuando visitan la capital lusa, en busca de un cuaderno azul portugués como el que utilizaba Sidney Orr en la novela de Paul Auster La Noche del Oráculo. Luis Bordalo, propietario de la tienda en cuestión, situada en el Largo do Calhariz, aprovecha el tirón y en su papelería los cuadernos azules de tapa dura y hojas cosidas a mano han desbancado a las Moleskine, por mucho que éstas fueran la libreta predilecta de Ernest Heminway y a pesar de la extensa variedad de tamaños, colores y utilidades generados por la firma italiana de libretas en los últimos años. En la Papelaria do Calhariz, como se hace llamar el establecimiento, el producto estrella son los cuadernos azules portugueses. Y todo gracias a una leyenda creada en torno al escritor de New Jersey, a raíz de un artículo de La Vanguardia, de quien se dice que visita de vez en cuando la papelería para adquirir estos cuadernos como el protagonista de su novela. Por su parte, el propietario de la tienda asegura que, aunque tiene constancia de que Auster visita Lisboa a menudo, nunca le ha visto en su local. Misterios de la mitomanía. Sin embargo, Bordalo ha encargado a la fábrica de los cuadernos que le hagan una edición exclusiva con cuadrícula, similar al de La Noche del Oráculo, y espera venderlo como churros. En las guías su tienda ya se conoce como El Palacio de Papel, nombre de la papelería que aparece en la novela y que en el imaginario de Auster se encuentra en Brooklyn.

Más allá de Paul Auster, la idea de un cuaderno portugués resulta atractiva. Quienes amamos los libros y las libretas, amamos Portugal. Y no sólo porque la decadencia exquisita de sus ciudades imperiales se derrita en nuestro paladar como chocolate belga; si no también porque de Portugal era Saramago, y Saramago es un dios, y no uno cualquiera. Es uno de los que se asientan en los pisos más altos de la pirámide politeísta que rige la religión literaria que muchos profesamos. Por eso, y porque el portugués suena a gloria, me recorre un escalofrío de placer sólo de pensar que en Lisboa hay una papelería que vende los cuadernos azules de Auster, aunque sea una verdad a medias.

Este verano he pisado Portugal por primera vez, y hablando un poquito de portugués (del de verdad, de escuela, no portuñol). Recorrí Oporto como una niña abriendo los regalos de Reyes, con la boca y los ojos muy abiertos, mirándolo todo, leyendo en voz alta todos los carteles de las fachadas como si acabara de aprender a leer. Tirando fotos a diestro y siniestro para crear una colección de edificios decrépitos y balcones descolgándose que no me canso de mirar. Sólo lamento que fuera festivo, porque ninguna de las incontables e irresistibles librerías que pueblan la ciudad estaba abierta. Me imaginé a mí misma entrando en todas, rozando sus estanterías repletas de libros viejos con la llema de los dedos, como la espalda suave de un amante fiel; hablando con los libreros, degustando su cultura. Oporto merece una visita en invierno, cuando la humedad se instale en mis huesos para sólo abandonarme cuando entre en una de esas librerías y el espíritu de Saramago me caliente el alma. Después, me acercaré a Lisboa a por un cuaderno azul portugués y empezaré a escribir en él.

sábado, 30 de julio de 2011

El día perfecto para un picnic

imagen: www.genkin.org


La misteriosa atracción de una formación rocosa en Australia protagoniza la novela Picnic en Hanging Rock, siempre presente como una sombra que amenaza a cada uno de los personajes, cubriéndoles con su negro manto de desgracia. La roca, con forma de horca y más de 700 metros de altura sobre el nivel del mar, cuenta con seis millones de años de antigüedad y un halo de leyenda fomentada en buena parte por la obra de Joan Lindsay, que fue llevada al cine por Peter Weir en 1975. En Picnic en Hanging Rock, tres niñas de un prestigioso internado para señoritas y una de las institutrices del centro desaparecen durante una comida campestre el día de San Valentín. Parece ser que la roca es la responsable de la desaparición, o así nos lo hace entender la autora a los lectores, únicos testigos en el momento justo del suceso. El resto de personajes del libro se ven sometidos a un misterio sin resolver que acaba rigiendo sus vidas y el destino de toda la comunidad. Hasta aquí la historia no deja de ser un relato de intriga, con tintes policíacos y de ciencia ficción, y un estilo narrativo repleto de exhaustivas descripciones que lo acercan al Romanticismo. Sin embargo, la peculiaridad de Picnic es que Joan Lindsay jamás reveló si los hechos que narra acontecieron o no en realidad. El libro data de 1967 y se ambienta en 1900, lo que contribuye a despertar la duda entre los buscadores de sucesos paranormales. De hecho, vemos en algunos sites con esta temática, que cuentan los hechos descritos en la obra como si fueran absolutamente verídicos cuando, lo más probable, es que la autora jugase con esa dualidad entre lo real y lo ficticio que permiten crónicas como la suya. Lo más probable es que todo sea ficción, ya que si tres niñas hubieran desaparecido en tales circunstancias en 1900, habría constancia escrita en periódicos de la época e informes policiales que acabarían con el misterio de un plumazo. Pero no es así, no hay pruebas escritas ni testigos vivos, a pesar de que en la época surgieron testimonios como setas de personas que decían haber vivido el suceso o incluso conocer a las niñas desaparecidas.

La verdad es que Joan Lindsay fue una excelente narradora que aprovechó el formato de crónica casi periodística para hacer de una historia de ficción, un relato tan veraz que parece cierto. El modo en que profundiza en los personajes y su comportamiento, las minuciosas descripciones del ambiente, las costumbres y la cultura de la época y la dicotomía entre la clase obrera y la burguesía de origen inglés instalada en Australia, hacen de Picnic en Hanging Rock un fresco de la alta sociedad australiana de principios del s. XX. Merece la pena deleitarse con su prosa prolija y hermosa, a la vez que cruda y un tanto gótica. Todo un hallazgo el de esta novela exquisitamente editada por Impedimenta.

martes, 14 de junio de 2011

Yo también me bajo en Atocha


El verano ha llegado a Madrid. Sin avisar, de pronto, una mañana el aire olía diferente y el suelo se había convertido en una parrilla como aquella donde quemaron a San Lorenzo, el de El Escorial. Y los madrileñitos se lanzaron a la calle como si no hubiera un mañana. A vivir la noche, a refrescar sus almas entumecidas después del sempiterno invierno de la meseta. Las chicas empezaron a lucir palmito o quizás, como dice un amigo mío, llegó de nuevo el OVNI que cada año se lleva de golpe a todas las feas. Los chicos tampoco se quedaron atrás con sus pantaloncitos cortos y sus piernas depiladas llenas de tatuajes, que en Madrid la moda no perdona y para exhibirse como Dios manda en las terrazas, hay que ser cool. Como siempre, acertó el refrán y el verano entró en Madrid exactamente a 41 de mayo. Justo a tiempo de pillarme allí para que nunca olvide cuál es el mejor lugar del mundo para pasear de noche.

Con su asfalto ardiendo, sus cañas al sol, sus terrazas de Argumosa, sus cuestas infernales, sus yonkis de Embajadores, sus aceras pegajosas, sus balcones inclinados, sus putas de Estrella, su edificio de telefónica, sus tejados impasibles. "(...) A mitad de camino entre el cielo y el infierno. Yo me bajo en Atocha, yo me quedo en Madrid."

Bienvenido verano madrileño, ¡cuánto te echábamos de menos!

sábado, 16 de abril de 2011

El punto de vista de May Kasahara


"La gente pato que hay aquí tiene unas patas monas y planas de color naranja, como las botas de agua de los niños de primaria, pero parece que no están hechas para caminar sobre el hielo, todos resbalan. A veces se caen de culo (...) Así que el invierno no debe de ser una estación muy divertida para la gente pato (...) pero no creo que vayan echando pestes (...) Parece que disfrutan de la vida, incluso en invierno, rezongando: '¡Uff! Otra vez el hielo ¡Qué le vamos a hacer!' A mí me gusta la gente pato."

Quien habla es May Kasahara, una chica de 17 años que trabaja en una fábrica de pelucas en las montañas al norte de Japón. Pasa el día entero insertando cabellos uno a uno con una pequeña aguja, dice que este trabajo la ayuda a no pensar. Su novio murió en un accidente de moto por su culpa y cree que sus padres son tan inteligentes como una rana. No es una persona muy equilibrada, May Kasahara, pero al mismo tiempo su discurso emana una lucidez poco común en una chica de su edad. Escribe cartas, más de 500, al señor pájaro-que-da-cuerda, su único amigo, y es mi personaje preferido del libro de Haruki Murakami Crónica del Pájaro que da Cuerda al Mundo. Un sugerente título que encierra en sus casi 700 páginas una de esas historias donde lo real y lo onírico se entrelazan, sin dejar al mismo tiempo de ser un fresco de la realidad cotidiana de Tokio en los años 80.
Hace años que un amigo me había recomendado esta lectura y la tenía aparcada. Hace poco más de un mes me puse con él, y el terremoto de Japón me pilló sumergida, casualmente, en el imaginario de Murakami. Después vinieron días de estar pegados a la NHK y la BBC, y al fantástico blog Notas de Fukushima, gracias al cual no tengo absolutamente nada que decir sobre lo que está pasando en Japón. Para qué hablar del tema si hay gente que lo está haciendo infinitamente mejor. Así que he guardado silencio hasta terminar de leer Crónica del Pájaro que de Cuerda al Mundo, hasta que he cortado el cordón umbilical invisible que me mantenía unida a una cultura que me resulta tan lejana como atrayente. Y lo he cortado para observar las cosas con distancia. En este mes he aprendido mucho sobre la forma que tienen de ver la vida los japoneses, y creo que el fragmento sobre la gente pato que da comienzo a este post, dice bastante al respecto. Yo, por mi parte, no tengo nada más que decir.





miércoles, 30 de marzo de 2011

Día de matanza

Mis brazos están tristes,

mis piernas también;

triste está mi ombligo,

ya no ríe como solía

y el cansancio viejo

de esta familiar tristeza

se apodera de mis ojos que,

a veces, duermen.

La desidia entrañable de mis entrañas

se ocupa del resto,

haciendo de mi extenuado cuerpo

su guarida para el desánimo.

Hoy es día de matanza.

(sin demasiadas ganas de observar la vida con detenimiento)

miércoles, 16 de marzo de 2011

Nueva Naif primavera 2011


Acaba de salir a la venta el nuevo número de la revista en la que trabajo, Naif. Un número dedicado a la ecología que pretende fomentar la sostenibilidad en nuestra vida diaria: Decoración eco, un viaje de voluntariado a una granja en Costa Rica, la historia de una adopción en Mali, ideas para ser más sostenible en casa, una entrevista con la activista Annie Leonard, Libros para niños... El esfuerzo de los últimos dos meses ha merecido la pena, ha quedado preciosa. Si alguien le quiere echar un vistazo, aquí os dejo algunas páginas.

jueves, 3 de marzo de 2011

¿Qué fue de Family?


Si alguna vez existió en llamado 'Donosti Sound' de los 90, no cabe duda de que Family encendió la mecha de este nuevo movimiento precedido por grupos como La Dama se Esconde o incluso Duncan Dhu. Bandas de pop que surgen en el contexto musical y social del País Vasco aquellos años en que predominaba el rock independentista.
Podría pensarse que los amantes del pop han mitificado Un Soplo en el Corazón (1993) por ser el único disco de un grupo de San Sebastián, Family, que desapareció de la escena musical sin dejar rastro ni un mayor repertorio que llevarse a la boca. Sin embargo, y a pesar de su inherente carácter de mito, este álbum es una auténtica delicatessen que, como la esencia, se vende en frascos pequeños. "Viaje a los sueños polares", "Yo te perdí una tarde de abril" o "Dame estrellas y limones" han quedado grabadas a fuego en el imaginario del pop electrónico más naif. Javier Aramburu (diseñador gráfico autor de múltiples portadas de discos para grupos como Los Planetas o Fangoria) e Iñaki Gametxogoikoetxea siguen logrando, 18 años después, que durante 35 escasos minutos el tiempo se pare a nuestro alrededor. Agridulce como chupar medio limón con un caramelo de fresa en el centro.

Un aviso: no está en Spotify

sábado, 12 de febrero de 2011

Añoranza de Salinger



"Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso". En la vida de todos los que leímos El Guardián entre el Centeno cuando éramos adolescentes ha habido un Holden Caufield. Neurótico, atormentado y entrañable, podría considerarle uno de los mejores personajes que ha dado la historia de la literatura. Nos enamorábamos de él sin remisión. Queríamos un Holden a nuestro lado al que poder consolar, redimir, sacar de su pozo de desesperación. Era tan atrayente y diferente al resto de los chicos de 17 años que conocíamos que nos hacía soñar. Hace más o menos un año que falleció J.D. Salinger, su autor y uno de los escritores más enigmáticos y menos prolíficos que se conocen. Tenía 91 años y vivía aislado de la vida pública desde los años sesenta. Dicen que le sobrepasó el éxito de El Guardián, que no quería ser una estrella, que él sólo quería escribir. Las malas lenguas asocian su desaparición del panorama literario al asesinato de John Lenon, ya que su asesino hizo algunas declaraciones que denotaban cierta obsesión con la novela de Salinger. Sea como fuere, dio al mundo, que se sepa, apenas tres novelas (El Guardián, Franny y Zooey y la menos conocida, Levantad Carpinteros la Viga del Tejado) y un puñado de cuentos (Nueve Cuentos), que son, reitero, de lo mejor que se ha escrito nunca.
Durante un tiempo viví con la fijación de encontrar una respuesta al enigma de Jerome David Salinger. Busqué ediciones raras de sus libros que pudieran incluir prólogo del autor, entrevistas que hubiera concedido, una biografía... nada. No encontré nada. Probablemente no me ayudó el hecho de que Internet, lo creáis o no, aún no existía. Lo que sí conseguí fue una biografía escrita por su hija en la que hablaba de la frialdad de Salinger como padre, de sus obsesiones, etc.; y que no le dejaba en demasiado buen lugar. La verdad es que, a día de hoy, prefiero quedarme con el mito y ya he dejado de investigar sobre él. Sólo lamento que no vieran la luz más obras suyas. Sería bonito que, ahora que ha pasado un año de su muerte, apareciese un editor dispuesto a publicar miles de páginas inéditas encontradas en el desván de su casa de New Hampshire. O quizás, no. Os recomiendo este artículo de Elsa Fernández Santos y, por supuesto, que leáis o releáis, como yo, por enésima vez, El Guardián entre el Centeno. Porque, en los tiempos que corren, son necesarios personajes que digan la verdad sin tapujos, como Holden Caufield.

domingo, 23 de enero de 2011

Top model a los 7

La estridente banda sonora de Tron, ese temazo de Daft Punk, resuena a todo volumen mientras del backstage salen miniaturas en movimiento de maniquíes adultos. Pequeñas réplicas de Jon Cortajarena atraviesan la pasarela caminando con actitud ultra-masculina, con grandes zancadas y mirada de tipo duro. Al volver, se cruzan con varias versiones lolita de Kate Moss, que no son tan flacas porque sean anoréxicas (aún), sino porque tienen siete años. O seis, o tal vez cinco. Cada modelo desempeña su rol: el de macho alfa, ellos; el de femme fatal, ellas. Y no levantan un palmo del suelo. Si alguna vez asistís a un desfile de moda infantil, probablemente os asaltará la misma duda que a mí: ¿pero estos monstruitos son de verdad niños? ¿no son robots, clones o replicantes? en la pasarela nada trasluce su alma inocente, no se aprecia ni un sólo destello de su infancia. Únicamente, en ocasiones, algún modelo entra en el backstage pegando brincos cuando cree que ya nadie le ve. Entonces es cuando el público del front row, tan serio, tan fashion, se percata de que la ropa la llevan puesta niños y no top models reducidos por los Jíbaros. Y yo, mientras tanto, aberrada, no puedo dejar de pensar en la polémica de Vogue, en esas fotos de niñas insinuantes tremendamente peligrosas. Porque cuando se trata de niños, la línea que separa lo moralmente aceptable de lo perverso es extremadamente delgada. Y cuando se trabaja en el sector, estas cosas dan mucho miedo. Me quedo con las ganas de ver por un agujerito a los papás y mamás de todos esos niños tan profesionales. Se me ponen los pelos como escarpias.

miércoles, 19 de enero de 2011

Un chico con un sueño



"Una tarde de 2006 me senté frente al ordenador con una idea fija en la cabeza: escribir una historia del día a día, una historia que fuese capaz de penetrar más allá de la mirada de un lector, una historia capaz de permanecer en el recuerdo. Pero sobre todo, deseaba escribir la novela que a mí me hubiese gustado leer (...)". Así comienza a narrar Eloy Moreno la historia de su primera novela, El Bolígrafo de Gel Verde, lanzada hace una semana por la editorial Espasa. Funcionario de 35 años y residente en Castellón. Un chico con un sueño. Como en una película, Eloy Moreno ha pasado de vender él mismo librería por librería su libro autoeditado, a estar respaldado por una de las editoriales más importantes de España, las que normalmente hacen caso omiso a los escritores noveles, las que venden millones de copias de best sellers bodrio. El mundo está cambiando y los editores son como los cool hunters: buscan las últimas tendencias que siguen los lectores en las redes sociales, por donde, al parecer, Eloy se ha sabido mover. Me imagino al cool hunter literario de turno decirle a un editor de Espasa: "oiga, que la gente en facebook no para de hablar de un chico que va por las librerías de Valencia con una mochila llena de ejemplares autoeditados convenciendo a la gente de que compre su libro..." Y el editor, "no me vendas la historia de otro escritor muerto de hambre que ésa ya me la sé", y el cool hunter "que no que no, que ya ha vendido 3.000 copias". Y así fue, 3.000 copias él solito. Casi ná. Claro que, para poder dedicarse en cuerpo y alma a vender su novela a pie de calle uno sólo puede ser dos cosas: funcionario o rico por su casa. Porque una novela primero hay que escribirla (Eloy Moreno invirtió 2 años) y luego hay que venderla, y sólo unos pocos pueden sacarle al día las horas necesarias para hacer estas dos cosas. Sin embargo, tampoco es cuestión de tirar la toalla tan pronto. Si es verdad eso que dicen de que los sueños hay que perseguirlos, entonces cualquiera podemos lograr aquello que nos propongamos si ponemos empeño. Me lo apunto, y, mientras tanto, sigo admirando a la gente como Eloy.

miércoles, 12 de enero de 2011

El infierno de la obsolescencia

Ranking de marcas de tecnología más y menos verdes (Greenpeace)

Acabo de subir de la compra y he descubierto con gran satisfacción que las bandejas de carne de Consum son de plástico normal y corriente, no como las de Mercadona, que son de poliestireno. Después, he sustituido el bote vacío de gel de ducha y, al darle la vuelta, he visto que llevaba el símbolo de "reciclable", por lo que seguiré comprando Natural Honey porque sus envases se pueden reciclar. Hace años que separo la basura pero, desde hace algunos días, cada vez que tiro algo al cubo correspondiente pienso adónde irá a parar. Y cuando digo cada vez, es cada vez. Si estoy preparando la cena, puedo llegar a pensar adónde van mis residuos una media de entre 3 y 8 veces, lo cual me deja aturdida. Siempre me han preocupado las cosas que van directas al mar, por eso no tiro por el WC nada que no sea lo que se debe tirar por el WC. Ni una colilla, ni un chicle, ni un papel que no sea higiénico, ni aceite usado. ¡Por Dios! ¡aceite usado, jamás! Sin embargo, tras conocer el cortometraje de la activista estadounidense Annie Leonard, The Story of Stuff, mi preocupación comenzó a extenderse a todas y cada una de las cosas que compro o alguna vez he comprado y un día tiraré a la basura. Y cuando creía que mi obsesión con la basura no podría llegar más lejos... vi en Documentos TV de La2 el documental Comprar, tirar, comprar sobre la obsolescencia programada de los objetos. El término me ha devastado por completo: obsolescencia programada. Aún sabiendo que la economía capitalista se basa en un sistema de consumo que sólo tiene sentido si la vida de las cosas es corta; nunca me había parado a pensar en sus consecuencias medioambientales, parece mentira ¡nunca!, hasta hace un par de días. Hasta que descubrí que Ganha es el vertedero mundial de los productos electrónicos de Occidente, donde van a parar todos los teléfonos móviles (sí, esos que cambiamos cada año aunque aún funcionen bien), ordenadores portátiles, radios, mp3, Macbooks pro, Ipods y Nintendos DS que deshechamos en el Primer Mundo. Porque, ¿adónde creíais que iban a parar esas cosas cuando las tirábais a la basura?, ¿eh, eh? No paro de pensar que algún niño africano está en estos momentos extrayendo algún metal del interior de la última Nintendo DS que se le quedó anticuada a mi sobrino en un insalubre vertedero al otro lado del mundo. No puedo parar de pensarlo y va a acabar conmigo.
Esta tarde he ido a las rebajas y no quería comprar nada. Tengo el armario lleno y aún así quiero más, más nuevo, más de moda, más barato, más... La ropa que va a la basura se elimina junto con el resto de residuos orgánicos mediante la incineración, proceso en el cual los tintes artificiales que le dan a tus vaqueros ese azul tan bonito se van a convertir en sustancias tóxicas que van a invadir el aire que respiramos. Es desasosegante. Asfixiante. Os recomiendo fervientemente que visionéis tanto el corto The Story of Stuff, como el documental Comprar, tirar, comprar. Y si queréis un dato que os quitará el sueño, ahí va mi golpe de efecto: uno de los alimentos más tóxicos de la tierra es la leche materna.