domingo, 23 de enero de 2011

Top model a los 7

La estridente banda sonora de Tron, ese temazo de Daft Punk, resuena a todo volumen mientras del backstage salen miniaturas en movimiento de maniquíes adultos. Pequeñas réplicas de Jon Cortajarena atraviesan la pasarela caminando con actitud ultra-masculina, con grandes zancadas y mirada de tipo duro. Al volver, se cruzan con varias versiones lolita de Kate Moss, que no son tan flacas porque sean anoréxicas (aún), sino porque tienen siete años. O seis, o tal vez cinco. Cada modelo desempeña su rol: el de macho alfa, ellos; el de femme fatal, ellas. Y no levantan un palmo del suelo. Si alguna vez asistís a un desfile de moda infantil, probablemente os asaltará la misma duda que a mí: ¿pero estos monstruitos son de verdad niños? ¿no son robots, clones o replicantes? en la pasarela nada trasluce su alma inocente, no se aprecia ni un sólo destello de su infancia. Únicamente, en ocasiones, algún modelo entra en el backstage pegando brincos cuando cree que ya nadie le ve. Entonces es cuando el público del front row, tan serio, tan fashion, se percata de que la ropa la llevan puesta niños y no top models reducidos por los Jíbaros. Y yo, mientras tanto, aberrada, no puedo dejar de pensar en la polémica de Vogue, en esas fotos de niñas insinuantes tremendamente peligrosas. Porque cuando se trata de niños, la línea que separa lo moralmente aceptable de lo perverso es extremadamente delgada. Y cuando se trabaja en el sector, estas cosas dan mucho miedo. Me quedo con las ganas de ver por un agujerito a los papás y mamás de todos esos niños tan profesionales. Se me ponen los pelos como escarpias.

miércoles, 19 de enero de 2011

Un chico con un sueño



"Una tarde de 2006 me senté frente al ordenador con una idea fija en la cabeza: escribir una historia del día a día, una historia que fuese capaz de penetrar más allá de la mirada de un lector, una historia capaz de permanecer en el recuerdo. Pero sobre todo, deseaba escribir la novela que a mí me hubiese gustado leer (...)". Así comienza a narrar Eloy Moreno la historia de su primera novela, El Bolígrafo de Gel Verde, lanzada hace una semana por la editorial Espasa. Funcionario de 35 años y residente en Castellón. Un chico con un sueño. Como en una película, Eloy Moreno ha pasado de vender él mismo librería por librería su libro autoeditado, a estar respaldado por una de las editoriales más importantes de España, las que normalmente hacen caso omiso a los escritores noveles, las que venden millones de copias de best sellers bodrio. El mundo está cambiando y los editores son como los cool hunters: buscan las últimas tendencias que siguen los lectores en las redes sociales, por donde, al parecer, Eloy se ha sabido mover. Me imagino al cool hunter literario de turno decirle a un editor de Espasa: "oiga, que la gente en facebook no para de hablar de un chico que va por las librerías de Valencia con una mochila llena de ejemplares autoeditados convenciendo a la gente de que compre su libro..." Y el editor, "no me vendas la historia de otro escritor muerto de hambre que ésa ya me la sé", y el cool hunter "que no que no, que ya ha vendido 3.000 copias". Y así fue, 3.000 copias él solito. Casi ná. Claro que, para poder dedicarse en cuerpo y alma a vender su novela a pie de calle uno sólo puede ser dos cosas: funcionario o rico por su casa. Porque una novela primero hay que escribirla (Eloy Moreno invirtió 2 años) y luego hay que venderla, y sólo unos pocos pueden sacarle al día las horas necesarias para hacer estas dos cosas. Sin embargo, tampoco es cuestión de tirar la toalla tan pronto. Si es verdad eso que dicen de que los sueños hay que perseguirlos, entonces cualquiera podemos lograr aquello que nos propongamos si ponemos empeño. Me lo apunto, y, mientras tanto, sigo admirando a la gente como Eloy.

miércoles, 12 de enero de 2011

El infierno de la obsolescencia

Ranking de marcas de tecnología más y menos verdes (Greenpeace)

Acabo de subir de la compra y he descubierto con gran satisfacción que las bandejas de carne de Consum son de plástico normal y corriente, no como las de Mercadona, que son de poliestireno. Después, he sustituido el bote vacío de gel de ducha y, al darle la vuelta, he visto que llevaba el símbolo de "reciclable", por lo que seguiré comprando Natural Honey porque sus envases se pueden reciclar. Hace años que separo la basura pero, desde hace algunos días, cada vez que tiro algo al cubo correspondiente pienso adónde irá a parar. Y cuando digo cada vez, es cada vez. Si estoy preparando la cena, puedo llegar a pensar adónde van mis residuos una media de entre 3 y 8 veces, lo cual me deja aturdida. Siempre me han preocupado las cosas que van directas al mar, por eso no tiro por el WC nada que no sea lo que se debe tirar por el WC. Ni una colilla, ni un chicle, ni un papel que no sea higiénico, ni aceite usado. ¡Por Dios! ¡aceite usado, jamás! Sin embargo, tras conocer el cortometraje de la activista estadounidense Annie Leonard, The Story of Stuff, mi preocupación comenzó a extenderse a todas y cada una de las cosas que compro o alguna vez he comprado y un día tiraré a la basura. Y cuando creía que mi obsesión con la basura no podría llegar más lejos... vi en Documentos TV de La2 el documental Comprar, tirar, comprar sobre la obsolescencia programada de los objetos. El término me ha devastado por completo: obsolescencia programada. Aún sabiendo que la economía capitalista se basa en un sistema de consumo que sólo tiene sentido si la vida de las cosas es corta; nunca me había parado a pensar en sus consecuencias medioambientales, parece mentira ¡nunca!, hasta hace un par de días. Hasta que descubrí que Ganha es el vertedero mundial de los productos electrónicos de Occidente, donde van a parar todos los teléfonos móviles (sí, esos que cambiamos cada año aunque aún funcionen bien), ordenadores portátiles, radios, mp3, Macbooks pro, Ipods y Nintendos DS que deshechamos en el Primer Mundo. Porque, ¿adónde creíais que iban a parar esas cosas cuando las tirábais a la basura?, ¿eh, eh? No paro de pensar que algún niño africano está en estos momentos extrayendo algún metal del interior de la última Nintendo DS que se le quedó anticuada a mi sobrino en un insalubre vertedero al otro lado del mundo. No puedo parar de pensarlo y va a acabar conmigo.
Esta tarde he ido a las rebajas y no quería comprar nada. Tengo el armario lleno y aún así quiero más, más nuevo, más de moda, más barato, más... La ropa que va a la basura se elimina junto con el resto de residuos orgánicos mediante la incineración, proceso en el cual los tintes artificiales que le dan a tus vaqueros ese azul tan bonito se van a convertir en sustancias tóxicas que van a invadir el aire que respiramos. Es desasosegante. Asfixiante. Os recomiendo fervientemente que visionéis tanto el corto The Story of Stuff, como el documental Comprar, tirar, comprar. Y si queréis un dato que os quitará el sueño, ahí va mi golpe de efecto: uno de los alimentos más tóxicos de la tierra es la leche materna.