lunes, 6 de septiembre de 2010

Swans at the docklands

Imagen: scenesofireland

El niño rubio de mirada gris estaba sentado en el muelle del Gran Canal. Desde allí podía ver los barcos atracar en el puerto de Dublín, o zarpar hacia el mar pasando bajo el puente levadizo que paralizaba el tráfico, logrando por escasos minutos que los coches no mandaran en aquella ciudad de jerarquías.

A su alrededor los otros niños rubios, con sus flequillos rubios y sus miradas grises, jugaban al hurling en los patios de sus casas. Hordas de niños con alma de pobre gritando palabras de adulto pobre en patios de casas pobres, presididos por imponentes e impotentes imágenes de la Virgen María rodeada de flores, como si por el hecho de estar ahí esos niños no debieran temerle a nada. Ni a las largas manazas de sus madres, ni a la Guiness en la sangre de sus padres, ni a la absurda vida que les espera.

El niño rubio de mirada gris sentado en el muelle hablaba con los cisnes, que movían sus colitas felices de que alguien les prestara la misma atención –que no comida-, que los turistas prestan a los cisnes del Saint Stephen’s Green. Pero los cisnes del puerto de Dublín son patitos feos y hambrientos; y bajo la atenta mirada gris enmarcada por el flequillo rubio del niño del muelle, no pueden ser sino grises. Tristes cisnes grises.

De pronto el cielo se volvió plomo y unas finas gotas de lluvia helada resbalaron por el rostro del niño. Miró al cielo, que se había tornado del gris de sus ojos; miró después a esos cisnes tan sucios como sus rodillas, y sonrió. Sonrió porque en las casas ricas de los suburbios los niños no podrían jugar en sus jardines, y celebró que la lluvia, por suerte, cae de la misma forma para todo el mundo en esta ciudad de jerarquías ahogadas en cerveza negra.

El niño se levantó y giró sobre sus talones con la intención de volver a casa. Imaginó que su papá aquella noche no había ido al pub y que le esperaba, entre risas, ayudando a su mamá a hacer la cena. Quizás hubiera música de fondo, esa cassette de viejas canciones irlandesas que le cantaban cuando era un bebé. Quizás esa noche no habría gritos en su salón. Puede que hasta su hermano mayor viniera a cenar con ellos.

Dejó de llover y los cisnes volvieron a acercarse al muelle. El flequillo rubio del niño, pegado contra su frente, le chorreaba por toda la cara. Los cisnes sabían que no era lluvia lo que mojaba la cara del niño. En el puerto todos imaginan que las cosas pueden ir mejor, hasta que se cansan de imaginar y empiezan a ir al pub. El niño rubio de mirada gris lo sabía bien. Ése es el lugar donde van a morir los sueños. Por eso él nunca irá al pub, ni siquiera cuando cumpla los 21, ni aunque le invite su hermano mayor. Los cisnes le observaban escépticos. De vez en cuando un niño rubio de mirada gris se hacía la misma promesa sentado en el muelle. Ya no creían en milagros. Hace años que se cansaron de soñar con pasear sus largos cuellos por el estanque del Saint Stephen’s Green.




6 comentarios:

  1. Muy bonito, mucho. Con influencias tal vez inconscientes de Óscar Wilde, Andersen y algún otro.
    Se ve que Madame Blanche captó la esencia dublinesa y se reafirmó como alma mediterránea

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  2. Los bajos fondos de Dublin son Andersen total. Gracias!

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  3. Me ha hecho recordar "Las Cenizas de Ángela". Es emotivo

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  4. Siempre me gustó... y me sigue gustando. Triste, sobrio y bellísimo.

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  5. Me encantó, es una preciosidad. Un abrazo.

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  6. es un poco antiguo, pero le tengo mucho cariño. Gracas Elena, viniendo de ti es un lujo

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